sábado, octubre 25, 2014

un mar inalcanzable

Cuando se hacía de noche
o ensombrecía
yo subía hasta la azotea de mi casa
y le llevaba caramelos de miel
unas piedrecitas verdes que el mar había pulido
y un poema que me había inventado
escrito en un cuaderno
que tenía las tapas color magenta
Al ponérselos sobre la mano le brillaban los ojos
como dos perlas grises
del mismo color que los gatos que convivían con ella
Siempre estaba soñando, con la mirada vuelta
hacia poniente
mirando, el patio del colegio
los naranjos del parque
el campanario de la iglesia
y al fondo de todo, a lo lejos
un mar inalcanzable
Nadie sabía de donde le vino esa pena tan grande
que la estaba empujando levemente hacia la muerte
Lloraba y con sus lágrimas
le daba ternura a las azules cornisas
Me hablaba de una isla que recordaba
de ballenas, de corales
de un mundo de algas y de delfines que volaban
por la superficie de las olas
—Que me devuelvan el mar —me decía—
sin mirarme a los ojos
En los meses de frío le frotaba los dedos
y le traía felices cangrejos
que había rescatado
de las cascos oxidados de los viejos barcos
ella misma los cuidaba y los miraba curiosa
con una mirada casi humana
Cuando llovía se quedaba quieta, inmóvil
Yo amaba su costumbre tranquila de mirar las nubes
Luego se quedaba dormida rendida por la pena
Entonces yo
le acariciaba las escamas y le contaba la historia
de un hombre que un día la liberó
de una red de pesca
junto a tiburones, atunes, y otros animales marinos
Y para que pudiera divisar el océano
le construyó en su tejado una
pecera de grandes dimensiones
Ella adormilada, de un suspiro, levantaba su larga cola
Mientras dormía yo le hice la promesa
de llevarla al amanecer
a una playa azul turquesa
por las costas de Tunisia, inaccesible
para barcos y pescadores, a la que solo llegan
por aire las aves marinas
Al contárselo el corazón se le iba volando
detrás de las gaviotas
Se lo susurraba al oído
mientras le atusaba por última vez
sus atormentados cabellos
y la ausencia infinita de echarla de menos

1 comentarios:

Carmen dijo...

Un poema-relato con la dosis de fantasía habitual
"Que me devuelvan el mar, decía, y le daba ternura con su pena a las cornisas azules y se dejaba atusar los atormentados cabellos... qué bonito, Miguel, un beso.