miércoles, noviembre 21, 2007

dejar de ser para ser

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La vida tenía sabor a nochebuena cuando ella contaba historias que temblaban en sus labios.
Los domingos por la tarde planchaba alguna ropa, llenaba el tambor de la lavadora con varias prendas de última hora: un vaso de detergente, el suavizante, etc.
Y mientras tanto bajaba a un bar que hay aquí al lado. Su vieja costumbre de descansar la tarde en el borde de una mesa, siempre arropada por esa debilidad que sienten las tabernas por las mujeres solitarias
Sus zapatos viejos, sus pasos de luto, la resignación apoyándose en su desgastado bastón, su perro orgulloso tendido en su sombra menuda, y su vaso de aguardiente
El reúma que padecía se asociaba con sus recuerdos para exagerar la melancolía y el humo del tabaco saliendo de su boca despertaba soledades.
Al calor de un café en una mesa de madera, algunas tardes, me contaba su vida
Sucesos tristísimos, memorias de canciones de su época, anécdotas de borrachos del puerto, relatos de amores que recorrían las mañanas de su cama, rescatando memorias, ordenando pasajes, con su alma en forma de gato asustado.
Palabras fascinantes que la iban desnudando: ya sabes que hay gente que al hablar se olvida de su transparencia, evocaciones que el tiempo le devolvía, como el mar le devolvió a su marido después de aquel naufragio. Porque aquella primavera se durmió su vida.
Era el año mil novecientos setenta y dos, cuando el Atlántico se dispuso a incrementar su colección de barcos hundidos. Tristes noticias en las radios, rumor de sirenas de pesqueros, un llanto en cada esquina.
La misma historia que contaba mil veces en noches llenas de esplendor y de muerte
Con cuatro hijos tuvo que ponerse a trabajar, limpiando sin descanso en un hotel, con ese coraje terso que tienen las madres rotas
Sus años no tenían guión , o tal vez el guión era ella, quién sabe.
Hoy al pedir un café , Agustín, el camarero, moviendo la cabeza me hizo un gesto concluyente. "¿Ya sabes lo de Carmen... ?"
Hoy te recuerdo así: dándole la espalda a tu casa , a tu noble perro labrador, a tu huerto expropiado por donde pasará el tranvía
Y te pones frente al mar y te lo llevas todo cargado de nostalgias, porque esa muerte, solo tuya , ha venido a reemplazar tu antigua herida
Su calle , daba a cualquier callejón
Su corazón, tras los barrotes , a las marismas
Bebía y fumaba más de la cuenta, pero su presencia en este bar , no la cambiaría ni por el mejor salón de té de París.
Con una copa de vino cargada de cipreses he querido imaginar el argumento de sus días, con palabras que no me atrevo a ponértelas por escrito.
Una canción suena al otro lado de la barra, música de sueños que al no cumplirse se degradan
En el cielo una bandada de gaviotas grises y la dulce costumbre del sol de poniente.
En mis gafas un rocío imprevisible, como de haber llorado

viernes, noviembre 09, 2007

confesiones

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La luz de noviembre se oscurece de pronto en la barriada donde eché mis raíces. Me ocurre a veces que después de una semana de trabajo conduzco hasta perderme en el viejo trayecto de una casa con el perfil de la infancia. Faros que alumbran una fecha, y han venido hasta mí las viejas callejuelas de esta ciudad para recordar ese tiempo, porque todo aquí se llama respirar. Calle San José nº 28. La sombra de una casa que ya no existe, con dos ventanas que miraban al mar, porque las casas de hoy en día se fabrican mirándose a ellas mismas. Y me viene a la memoria los colores confusos que uno recuerda de los ocho años. Una voz que me levanta de la cama para llevarme de la mano al colegio, el lucero del alba en mi maleta y ella vestida de su tiempo me besaba. Eran los días del primer televisor en blanco y negro, en una habitación que se calentaba con la lumbre de una estufa de carbón. La nochevieja, el brindis con anís para recibir el año nuevo, las doce campanadas, la originalidad de la escasez apoyada en el mantel de hule de una mesa. Mi amigo Juan, el beso de Rosario, el abuelo Miguel, que pasó su vejez sentado en una silla de enea , ligeramente solo, mirando una ventana. Los rostros conocidos de los que ya no están, los que vamos señalando con el dedo en una fotografía familiar. Después llegaría el paisaje claro de mi tiempo, como vienen las cosas que son inesperadas. Las ropas manchadas de adolescencia volando en la azotea, las libertades asomándose a una playa que tenía nombre de muchacha. Mis cuatro años en un internado convertidos en amenazas, donde la física y la química convivían con unos trajes de sotana que no aceptaban el trato de la vida rebosante. Mi sueño adolescente fracasando en la boca de esa gente. La vida rutinaria de esos años, los trenes de cercanías , las tardes de los sábados, la complicidad que compartían las calles con nosotros .Y así crecí sin prisas, sin hacerme notar. Y el mar siempre presente, pidiendo la palabra, llamando la atención. ¿Y para que mentirnos? también he vivido en algún mundo imaginario . Y no es culpa mía, porque yo he visto crecer pinos encima de las dunas, he visto caer la nieve en la meridional provincia de Cadiz, he visto llover primaveras en unos labios que no me pertenecen.  Y puestos a confesar te diré: que la hierba que creció en este rincón tan mío surgió de algún encuentro, que algunas veces la lluvia se me clava en el costado izquierdo. Que sería mas feliz si no viese la tristeza que habita en las cosas .Me siento afirmado en una parque y en una estación de tren. Me dan miedo los arcos tensados sobre los hombros, los lagrimales que están a punto de secarse y las bolsas de basura pintadas de verde 
Hay dias que me apuntan con una pistola, pero son mas frecuentes los que soy yo el que busca la bala. Nunca he llegado a comprender el chantaje del tiempo, ni el misterioso infinito que esconde una mirada. Cuarenta y tantos años, y para sobrevivir sigo cosiendo en mi almohada los sueños que me laten por dentro. Y conforme pasan los días la criatura que hay en mí, se agranda, me recorre las arterias, y se asoma a mis ojos para mirar por ellos. Sigo siendo el mismo de siempre : mi trabajo, mi poco tiempo libre, mis libros .El que sigue apoyándose en los viejos barandales del muelle. Y me siguen doliendo los brazos al recordar a los tuyos.